Curioseando por la red veo una foto que me vuelve a confirmar algo que ya sabía: con la historia de la humanidad no te aburres…
Me estremece, hace que se me pongan de punta los pelos de la nuca… ¡Qué grata sensación! Como resultado, se activa en mí el chip curioso y me tiro a la red de cabeza en busca de información. La verdad, desconocía todo lo que se esconde tras las máscaras, y la gran variedad de ellas que existen: máscaras de la peste, de Halloween, máscaras étnicas, de teatro, de buceo, anti-incendios, anti-gas… Todo un mundo. Decidí entonces centrarme en las historias bizarras pues para fechas, nombres y datos técnicos ya la tenemos a la Wikipedia y a Wikicommons.
Orígenes de la máscara de gas
Esta foto en cuestión representa la máscara de un médico de 1575, un doctor de la peste. Confeccionadas en caucho, con ojos de cristal y en forma de pico de ave, relleno de hierbas olorosas. En aquella época creían que la peste bubónica se contagiaba por vía aérea y confiaban poder prevenir su contagio con estas máscaras que no permitían acercarse mucho al paciente. Fue el buen Leonardo Da Vinci, quien descubrió que lo más importante para prevenir la enfermedad es la higiene.
Me imagino la angustia y el terror del paciente cuando este “doctor peste” apareciese por la puerta ataviado con esa capa negra, la máscara de pico de ave y diciendo: “tranquilo vengo a curarte”.
Aunque también hubo otras máscaras cuya utilidad práctica era otra
Sigo buceando por el buscador y veo otra foto impactante, inquietante y precursora de la máscara de Hannibal Lecter. En 1600 unos esclavos de África oriental, cuyos amos, al ver su costumbre Africana de comer tierra (geofagia), pensaron que enfermarían y no cumplirían con las tareas que les habían asignado.
Para proteger sus propiedades e inversión, se les ocurrió colocarles este artilugio patético, que ha provocado que no vuelva a mirar el bozal de mi perro igual.
No demasiado después, en 1663, Alexander Peden, también conocido como el Profeta Peden, fue un pastor presbiteriano, escocés, que ideó una máscara de cuero con plumas en los ojos y barba roja, pero esta vez con la finalidad de esconder su identidad, pues el rey Carlos II había prohibido la religión Presbiteriana.
Con su máscara consiguió burlar los designios del rey y seguir predicando durante más de diez años.
Aunque esta máscara puede parecer cosa de niños comparándola con la de Ed Gein, asesino en serie que utilizaba piel de sus víctimas para fabricar tanto máscaras como objetos cotidianos tales como una silla o una lámpara.
Esta otra «bizarrada», ílustra una invención de los hermanos John y Charles Deane quienes, en 1823, empezaron con las máscaras de buceo.No obstante, la primera patente data de 1847, a nombre de Lewis P. Haslett (EEUU) que abrió camino a otras máscaras profesionales, como las que usarían hasta nuestros días, profesionales como bomberos o mineros para quienes, estos utensilios, supusieron una auténtica revolución que mejoró notablemente sus condiciones de trabajo.
La máscara de gas en la guerra
Ya en la primera guerra mundial, en 1914, para evitar la inhalación de gases, los soldados usaban medias con orina y bolsas de caucho, pero el ejército necesitaba mecanismos de protección más efectivos. Así, en la batalla de Verdún (1916), usaron un perro de nombre Satan (juro que no lo invento) que logro atravesar las líneas enemigas alemanas recibiendo, no obstante, un tiro en la pata, gracias a la máscara de gas que portaba. El mensaje que consiguió entregar a los franceses sitiados, rezaba así: “¡Por el amor de Dios, aguantad! Mañana enviaremos refuerzo.”
Me topo también con otra foto de bebés con máscaras antigás, con forma de Mickey Mouse y ello me lleva a sumergirme en aquellas con las que vestían a los niños durante los años que duró la Gran Guerra.
Pero el uso de estas invenciones en conflictos bélicos había empezado un poco antes. En 1915, en la ciudad belga de Yepres, donde los alemanes soltaron 168 toneladas de cloro infectando todo el aire y perpetuando una auténtica masacre, entró en escena John Scott Haldane, fantástico personaje que tenía por costumbre hacer las pruebas de sus experimentos en sí mismo, pues, según decía, era éste el mejor método para entender el resultado. Haldane, profesor de Oxford, alemán repudiado por los ingleses, había sido enviado por el gobierno británico a investigar qué agente tóxico habían empleado.
Fijándose en los botones de las casacas de los soldados, descubrió que el veneno era cloro. Se puso entonces manos a la obra, logrando crear las primeras máscaras con filtros.
Por cierto, el proceso de esta invención transcurrió bajo la atenta mirada de Naomi, su hija de 18 años que aguardaba vigilante tras la puerta, acompañada siempre de un médico. Magnífica familia.
Ya para acabar, pensado que ya había terminado la inquietante historia que envuelve a las máscaras antigás, la guinda del pastel…
La máscara de gas en las islas Izu
Japón, año 2000, Islas Izu. El aire estaba tan repleto de azufre, debido a que el archipiélago está situado sobre tres fallas volcánicas, que al moverse saco el azufre natural, tuvieron que evacuar a la población. Sin embargo, el dato curioso es que en el año 2005 los volvieron a re-ubicar, no obstante dependiendo de los niveles de azufre en el aire, tendrían que llevar una máscara de gas. Existe una alarma que les avisa de la obligatoriedad de estas máscaras cuando respirar el aire se vuelve peligroso. ¿Pero qué sucede? ¿Cómo puede alguien querer vivir en semejante lugar? Pues resulta que existe una compensación económica para ser sujetos de estudio científicos. Tan llamativo resulta este paraje que incluso existen viajes turísticos para visitar las islas, con su correspondiente máscara, por supuesto.
Yo, ante esta situación, pienso que están muy necesitados o muy locos, pero aun así no me queda otra que darles las gracias, pues al fin y al cabo arriesgan su vida por un bien común: la salud.