Esta primavera, estuve en un viaje de trabajo en Londres, pasando por el histórico distrito de White Chapel, la zona donde Jack el Destripador hizo sus fechorías. Las calles con pedrería antigua, edificios victorianos y la atmósfera que todavía hoy rezuma la leyenda del famoso psicópata, invitan a dejar volar la imaginación. En una de las esquinas había una tiendecita, atendida por un señor que debía rondar los 150 años (por lo menos), con un look victoriano muy acorde a la zona. En el escaparate de aquella tienda, se exhibía un libro con un cartel que rezaba así: “libro hecho con piel humana”. Como comprenderéis, entré a investigar la veracidad de este anuncio y para mi sorpresa resultó ser real. William, el anciano dependiente, se avino a contarme que en realidad existían muchos objetos realizados con piel humana, especialmente con la piel de los judíos de los campos de exterminio. La verdad, no pude tocar el libro; ni regalado me lo hubiera quedado… Aunque sí me sirvió como punto de partida para la investigación y posterior redacción de este artículo, que está basado en terroríficas pero verídicas historias.
Y no me refiero tan solo a las de asesinos en serie, entre los que destaca por encima de todos Ed Gein, un psicópata que realizó varios objetos ornamentados con la piel de sus víctimas (su historia, por cierto, se menciona en la película “La matanza en Texas”), sino de gente que, en apariencia, podríamos tachar de «normal» (por decirlo de alguna forma); aquellos que, en definitiva, podrían estar sentados al lado tuyo en el cine.
Primeros casos de utilización de piel humana: el salvaje oeste
El primer caso antiguo con el que me he topado ha sido el de Big Nose George, cuyo verdadero nombre era George Parrott, un proscrito miembro de una banda de ladrones de caballos y carros en Wyoming (USA). Tras matar a dos agentes de la ley en 1878 y permanecer en búsqueda y captura durante varios meses él y su banda fueron detenidos al intentar asaltar un tren que transportaba la nómina del ejército. El bueno de Parrott, al ser sentenciado a morir en la horca, intentó fugarse pero fue detenido por la propia gente del pueblo. Éstos, tras intentar lincharlo, lo colgaron de un poste de telégrafo.
Al morir, los doctores Thomas Mahgee y John Eugene Osborne, se apropiaron de su cuerpo con el fin de estudiar su cerebro y encontrar algún tipo de patrón que sirviera para identificar a futuros criminales. Aunque uno de estos doctores fue mucho más lejos, desvirtuando completamente su finalidad científica al fabricarse un cenicero con su cráneo, además de un par de zapatos y una bolsa médica con su piel. En mi opinión, esta gente superó con creces las fechorías de este pobre criminal.
Hay otros casos en la historia del antiguo oeste, aunque en realidad este es el único cuyas evidencias lo confirman más allá de toda duda.
El dantesco uso de la piel humana durante el nazismo
Más triste y vergonzoso es el pasaje del nazismo en la historia de la humanidad; un triste episodio para el mundo entero: algunos por cooperar y otros simplemente, por no tener el valor de actuar hasta que, para muchos millones de personas, fue demasiado tarde.
Singular y curiosa es Ilse Koch, apodada la «Bruja de Buchenwald» (1906-1967). Esta mujer atroz, nacida en Dresde y dependienta en una librería, se aficionó a obras cercanas intelectualmente a la ideología nazi y terminó comulgando con sus demenciales ideas. Era una mujer de imponente personalidad que se enamoró y casó con Karl Koch, un teniente diez años mayor que ella, miembro de esa élite en la que se convertirían los oficiales de las SS. Ilsa, no tardó en abusar de su poderosa y privilegiada posición: no solo torturó a numerosos prisioneros de los campos de concentración, sino que también los utilizó para apaciguar sus deleznables apetitos sexuales en orgías conjuntas con su marido y otros matrimonios pertenecientes a la alta jerarquía nazi. También le gustaba observar a los prisioneros desnudos, para escoger a los que tuvieran tatuajes de su gusto, matarlos y quitarles la piel. Con ella confeccionó billeteras, encuadernaciones de de libros, carteras, pantallas para lámparas o incluso pulgares momificados que usaba como interruptores. Como decía Isaac Asimov la realidad supera la ficción. Se servía, además. de muchos de estos artículos como obsequio para esposas de otros oficiales o incluso para agasajar a autoridades de mayor rango. Una manera muy especial de hacer la pelota. De esto ha quedado constancia gracias a Kurt Glass, jardinero preso de los Koch y testigo de los juicios de Dachau en 1947. La crueldad de esta mujer dejaba la altura del betún a Hitler pues, por ejemplo, gustaba de torturar a latigazos a aquellos prisioneros que no la saludaran o que simplemente no la mirasen con el debido respeto.
Era su marido, sin embargo, el que, sin otro objeto que complacer sus retorcidos apetitos, le otorgaba los fondos públicos que necesitaba para ello. Por otra parte, aunque estuvo protegido por el mismísimo Himmler, terminaría siendo ejecutado por los propios nazis en el mismo campo de concentración que dirigió, en abril de 1945. Es curioso como se repiten estas ironías a lo largo de la historia. Me viene a la cabeza, por ejemplo, el inventor de la guillotina, víctima de su propio invento.
Ilsa fue capturada y encarcelada y, a pesar de que se solicitó su ejecución, terminaría siendo condenada a cadena perpetua. En 1951, el General Lucius D. Clay le concedió la libertad por falta de pruebas. No obstante fue encarcelada de nuevo y en 1967 se suicidó ahorcándose con unas sábanas en la cárcel de Ahíchach. Dejó una carta negando los hechos por las que la habían acusado.
Ahora bien, ¿realmente hay pruebas de estas confecciones? Pues en realidad sí, conocemos varias de ellas, aunque la más misteriosa es la lámpara hecha con piel humana que, según Kurt Glass, la Bruja de Buchenwald siempre tuvo intención de construir.
La lámpara se encontraría mucho tiempo después, tras el huracán Katrina. Dave Dominici, ex-convicto encarcelado por robar tumbas, la compró en Nueva Orleans por 35 dólares. “Con la piel de los judíos” contestó cuando le preguntaron de qué estaba hecha. La lámpara, agrietada y carcomida (ahora restaurada), llegó a manos del periodista Mark Jabcobson, que conocía muy bien las historias de aquellas épocas. Jacobson, recorrió Estados Unidos durante más de dos años intentando averiguar más sobre el objeto y fruto de su trabajo fue el libro «The Lampshade: A Holocaust Detective Story from Buchenwald to New Orleans«, donde relata como una prueba de ADN confirmó que estaba confeccionada con piel humana, aunque no pudo confirmar que fuera de alguien de alguna etnia tradicionalmente judía. El periodista posee también otra pieza indescriptible; un libro hecho con piel humana, tan suave que muchos afirman que no quieres soltarlo una vez te acostumbras a su tacto. Yo os puedo asegurar que solo por el hecho de saber que está hecho con piel humana, no podría ni tenerlo cerca y mucho menos tocarlo. A decir verdad me sorprende que se conozcan tan pocos casos; seguramente existan más objetos hechos con piel humana de los que pensamos… quizás aguardan olvidados en algún viejo desván. Sea como fuere, son la triste prueba de a todo lo que es capaz de rebajarse el ser humano.
En la actualidad, el museo de arte contemporáneo en Sydney (Australia) exhibe una muestra titulada “The Hours ,visuals arts of contemporary latin america” y, entre otras cosas muy bizarras, se pueden «admirar» accesorios fabricados con piel humana como un balón hecho con pezones o una bolsa de anos (sí, así es: anos). Lo que no dicen es si son auténticos o de imitación.
Si tenéis interés por saber más de la misteriosa lámpara de Jacobson, podéis adquirir su libro.