Empieza el veranito y con ello la operación bikini o más bien la operación imposible porque eso del gimnasio no es para todo el mundo, es más, me atrevería a decir que es de valientes.
No soy persona de seguir una moda, pero es interesante tener un poquito de información acerca del estilo de vida del ser humano en otras épocas, y de lo qué hacían (y no hacían), para conseguir estar bellos, siempre según los cánones de una época determinada. Más que nada por aquello de no repetir los mismos errores gracias a las experiencias que nos regala la historia.
Los cánones de belleza del mundo antiguo
El canon de belleza Griego
Actualmente existe un culto al cuerpo parecido al que practicaban los antiguos griegos (del 1200 a.C a 146 d.C), cuando los cánones de belleza se basaban en la simetría perfecta y la armonía de esta proporción clásica se perseguía mediante el deporte y la buena alimentación.
El canon de belleza Egipcio
Aunque el culto al cuerpo viene de antes. Los antiguos egipcios (2955 a.C – 322 d.C) ya se maquillaban, aunque no fuera solo por estética, sino también para proteger la piel del sol y ahuyentar a los insectos. También usaban un polvo de los ojos (khol), que además de embellecer el ojo, servía de colirio y tenía propiedades antisépticas. Todo esto, además del detalle que prestaban a la ropa y, sobre todo, a las joyas.
Los cánones de belleza en la Edad Media
Más tarde en el Edad Media, y debido a la definitiva implantación y expansión del Cristianismo, la belleza pasó a ser por y para Dios. La belleza era creación divina porque solo Dios podía crear belleza a su imagen y semejanza. Aunque es en esta época cuando el canon cambia y ya no es, por lo menos primordialmente, una belleza material o física. Es entonces cuando surge el concepto tan manido de “la belleza está en el interior”. La verdadera belleza radica en la espiritualidad y la bondad porque tales rasgos no desaparecen con los años. Por otro lado, conforme van pasando los años, el canon de belleza también resulta influenciado por los pueblos del norte de Europa, que unido a la fe y la moralidad cristianas, terminaron de imponer lo que sería la moda de aquellos años. La forma de vestir se caracterizó por la ausencia de maquillaje, después de todo, las personas habían sido creadas a imagen y semejanza de Dios, y no necesitaban tales artificios. Todo esto lo sabemos porque ha quedado reflejado en el arte. Como también tenemos constancia de la censura existente a la hora de representar desnudos artísticos, pues la moral cristiana los consideraba impúdicos.
La mujer ideal tenía la piel blanca, largas melenas rubias recogidas en moños, ojos pequeños pero vivaces y complexión ósea claramente nórdica.
La belleza en el lejano oriente
El canon de belleza de la antigua China
Si abandonamos Europa para irnos a la lejana China del siglo X, nos toparemos con la famosa y deleznable práctica de los pies flor de loto, consistente en, que a las niñas, desde los cuatros años de edad, y previamente a haberles untado los pies con leche de animales, sangre y otras hierbas para tratar de prevenir infecciones, se les rompían 4 de los dedos del pie, se envolvían en seda y se presionaban contra un tablón hasta los 14 años. Además del terrible dolor para aquellas niñas, jamás podrían volver a caminar con normalidad. Se dice que la finalidad era que la mujer no pudiese andar para que no se fuese con el vecino… Hay que ver que pensamientos más infantiles, de atroces consecuencias. Lo más sorprendente es que esta horripilante práctica no fue abolida hasta 1911… Prácticamente ayer.
El canon de belleza del Japón medieval
Por la misma época (siglo X), en Japón, se estilaban las mujeres, también pequeñitas, de tez blanca, pelo negro, cintura de avispa, y cultivadas en la lectura. No obstante, existía la idea de que los dientes blancos eran infantiles, así que se instauró la práctica del Ohaguro, que consistía en pintárselos de negro con limón y limaduras de hierro… ¡Alucinante! Como podéis ver en la foto, resulta espeluznante.
El canon de belleza del Renacimiento
El Renacimiento se cimienta sobre estas tendencias de finales del medievo, como bien muestra, por ejemplo, “La dama del armiño” (Leonardo da Vinci, 1490), pero ésta es también una época floreciente, de renovación, de descubrimientos, en la que se lucha por dejar atrás las supersticiones del oscuro medievo y se parte de la última época que se consideró de esplendor, la épica clásica. No obstante, es imposible de desprenderse de los 1000 años anteriores. Así que aquí también se estilaba la tez blanca del periodo anterior, pero las formas son más redondeadas, los manos y los pies pequeños, las caderas también redondeadas y, en contra de la austeridad anterior, los labios y las mejillas se visten con un poco de carmín, lo suficiente para demostrar lozanía.
Más tarde, a pesar de la moralidad todavía reinante durante el Renacimiento, era tanto el afán por demostrar la perfección del cuerpo humano que se muestra desnudez en las obras. Sólo hay que pensar en El David de Miguel Ángel, o en nuestro buen amigo Leonardo da Vinci, que dedicó gran parte de su trabajo a a recuperar y evolucionar la armonía de las proporciones clásicas (como demuestra, su “Hombre de Vitrubio), llegando a la proporción áurea representada por el número 1,618. Es curioso, como entendió que la belleza y las matemáticas iban de la mano.
El canon de belleza del Barroco
Ya en el Barroco (siglo XVII y siglo XVIII), la tendencia fue más o menos la misma, pero como uno de los elementos distintivos, ahora le toca el turno a las pelucas, tanto en hombres como en mujeres, además del abuso de perfume, los polvos blancos en la cara y el cuerpo o maquillarse y recalcar las venas. Sin olvidar, por supuesto, la tortura de los corsés, que literalmente llegaban a privar de aire a quienes los vestían, produciendo desmayos y malformaciones óseas. Por otra parte, además de la abundancia de joyas, fue en esta época cuando se conoció el concepto moderno de maquillaje. Aunque por aquél entonces, hombre y mujeres se pintaban en la cara un lunar negro que, dependiendo de su posición, podía tener uno u otro significado.
Hay una excelente película, “Las Amistades Peligrosas” de Steve Frears, que relata magistralmente toda aquella coquetería y pomposidad elevada a la máxima. Aun así, ni siquiera en el Barroco la belleza lo era todo; tuvo mucha importancia la amabilidad y encanto personal. A modo de anécdota, muchas damas usaban el truco del desmayo para evitar situaciones poco decorosas… ¡Cómo me ha gustado esa técnica! Yo la usaría cantidad de veces.
A nivel físico, en esta época gustaban las mujeres de tener una piel blanca, cinturas estrechas, manos pequeñas y una frente muy redonda. Para lograr esto último, se afeitaban las entradas del cabello de la cara y se arrancaban cejas y pestañas. En los hombres, por otra parte, su aspecto afeminado rozaría hoy en día la pluma. Por aquel entonces parece que hay más sitio para las mujeres más fuertes y de voz más profunda, aunque cualquiera lo diría, pues de media, aquellas damas no medían más de 1,64 metros de altura, y su envergadura era de 37 centímetros, de hombro a hombro, 62 centímetros de brazo, 9,2 cm de mano, 74 centímetros de pierna y alrededor de los 18 centímetros de pie. Vamos, una pierna de aquella época debía de parecer mi brazo.
El canon de belleza de la época Victoriana
Ahora viene mi época preferida, la época victoriana (1837 – 1901). No sé qué tiene esta época queme fascina. Aquella sociedad tenía otras preocupaciones, mucho más personales, con énfasis en el individuo. Es la época del destape, de la locura de los inventos imposibles pero inspirados por una imaginación desbordante. No tenían miedo a proponer locuras, con ideas de diversas utilidades, desde leer un libro en la cama hasta grandes avances en cirugía o los primeros pinitos en aparatos médico-deporitvos.
Sobre esto último, destacan las máquinas del ejercicio ideadas por un médico ortopedista que consigue entender la importancia del esfuerzo en la salud. Se trata del padre la fisioterapia moderna, el Dr. Gustav Zander (1835 1920). Esta vetusta máquina de ejercicio no consistió más que en una serie de palos y poleas, pero serviría de base a toda la industria posterior. Semejante innovación, era todo un acontecimiento social, y los usuarios iban curiosamente muy bien vestidos, peinados y perfumados. Eso sí intentando no sudar mucho porque estaba mal visto.
Ahora es cuando siento que empiezo a sentir una dicotomía ya habitual en muchos artículos que redacto. Por un lado, resulta admirable que se empiece a promover la vida sana, el ejercicio y fomentar las actividades al aire libre. La literatura contribuyó mucho a esta tendencia. La obra “Orgullo y Prejuicio”, de 1813, escrita por Jane Austen (aunque en un primer momento se consideró una obra anónima), brinda una protagonista, fuerte, sana, natural y sin maquillaje. Una verdadera revolución que abrió la puerta a otro tipo de belleza.Aunque, por otra parte, esta sub-cultura de querer estar sano y guapo, pero sin que se apreciase el maquillaje y el esfuerzo que acarreaba, trajo consigo un incremento considerable de productos, cremas de belleza y , sobre todo, pseudo-tratamientos médicos de dudosa fiabilidad que incluso suponían una amenaza para la propia vida. A pesar de todo, el canon de belleza imperante sigue siendo el de una de mujer necesitada, frágil, desprotegida, con aspecto de tuberculosa. Algunas incluso bebían vinagre para lograr tal aspecto, sufriendo por ello alteraciones obvias en la sangre. Además, usaban se aplicaban Belladona (un veneno) en los ojos, para que, pese al consciente riesgo de ceguera, se vieran rojos y lacrimosos… Todo contribuía a ofrecer un aspecto enfermizo, tuberculoso y, según las preferencias de la época, bello.También se pusieron de moda los jardines de cocina, es decir plantaban lavanda, rosas y todo tipo de hierbas y flores que sirviesen para los tratamientos de belleza.
Desgraciadamente, también fueron comunes los charlatanes y las grandes empresas con pocos escrúpulos, pues ahí había dinero. Las mujeres adineradas, no dudaban en probar cualquier tipo de crema, sin garantía médica ni ningún tipo de medida de seguridad, con contenidos tan tóxicos como el arsénico, el mercurio o bismuto. A decir verdad, ya entonces, algunos médicos advertían del peligro de parálisis facial, decoloración amarillenta o acartonamiento de la piel e incluso envenenamiento… pero pocas mujeres les hicieron caso. Lo cual me hace pensar que más que el aspecto enfermizo, lo que estaban era enfermas, pero guapas, con el aspecto de padecer una enfermedad (la tuberculosis) que, paradójicamente, estaba diezmando Europa.
También existió la figura de las ayunadoras, que hoy por hoy llamaríamos anoréxicas; mujeres que decían no comer ni beber absolutamente nada. La sociedad las llamaba las divinas, precisamente por esta supuesta falta de necesidad de comer, como el resto de seres humanos. Por ello solían estar envueltas en de halo divino… Aunque, por supuesto, se alimentaban a escondidas. Una de estas divinas fue Molly Fanhcer, que dijo haber estado catorce años sin comer, pues después de sufrir dos accidentes perdió la capacidad de ver, tocar y saborear pero, como contrapartida, adquiriendo poderes divinos.
Fueron también los Victorianos precursores del piercing en el pezón, que les parecía que les hacía el pecho más redondo. Por otra parte, hoy por hoy también se sabe, que bien hecho, aumenta su sensibilidad. Los tatuajes, antes mal vistos, empezaron a popularizarse y, después de que el príncipe de Gales, en su paso por Jerusalén se hizo uno, toda la aristocracia comenzó a tatuarse como símbolo de riqueza. Tiene ciertas similitudes con lo que ha pasado en la actualidad, donde el tatuaje ha pasado de ser algo propio de ciertos círculos a algo muy extendido. A modo de curiosidad, y en relación a cómo la aristocracia (o en general cualquier persona famosa) influye en el comportamiento de los demás, incluso hoy en día hay un piercing genital con el nombre príncipe Alberto, porque él llevaba uno.
Pero volviendo a la época Victoriana, cuenta la historia que una tal Madame Rachel, vendía estas cremas cosméticas en su casa, en plan reunión tupper, sin ni siquiera probarlas y aprovechaba la intimidad de estas reuniones para sonsacar intimidades a las mujeres acaudaladas y poder chantajearlas más tarde. Ninguna osaba denunciarla, pues lo que más valoraban las damas Victorianas era, precisamente, el anonimato, hasta que la mujer de un militar decidió denunciar el caso. Por si queréis indagar más sobre el auge de los cosméticos, os recomiendo el libro «Beauty and Cosmetics 1550 to 1950«:
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Pero no vayáis a pensar que todo les iba mal a las mujeres victorianas, la ciencia jugó a su favor. Como ya sabéis, estaba de moda el tema de la salud y empezaron a diagnosticar a las mujeres de una patología que denominaron histeria. Esta dolencia consistía en cambios de humor, probablemente debidos al síndrome pre-menstrual, a simple tristeza, irritabilidad, pereza o incluso por estar solteras. El caso es que los doctores de aquella época, “curaban” semejantes males mediante el masaje pélvico. Conviene recordar que aquellos tiempos se caracterizaron también por el recato sexual y era muy poco común hablar abiertamente del sexo. El hecho de que se desconocieran o se ignorasen las necesidades sexuales de la mujer (muchas ni siquiera sabían lo que era un orgasmo), provocó que semejante tratamiento gozara de un éxito inusitado y aquellas féminas colapsaron las consultas médicas pidiendo masajes pélvicos. Todo ello provocó que se inventara el primer consolador de la historia. Casi me da un patatús de la risa al entender que el consolador lo inventaron unos doctores para evitar la los dolores de muñeca de aplicar tanto masaje pélvico. Este invento, pese a que a los jóvenes estudiantes también les imponían el el cinturón de castidad, propició la aparición de una de las industrias, la de los juguetes sexuales, que genera una ingente cantidad de dinero.
La cánones de belleza en la actualidad: conclusión
Vivimos en una sociedad que sigue buscando una perfección que no creo vaya acorde con el ser humano, porque somos como somos: bajitos, altos, guapos, feos… Es imposible gustar a todo el mundo, aunque te pongas maquillaje, seas anoréxica, vegana, hípster, metro-sexual o andrógina. Las bellezas (físicas) de nuestra época también sufren, y ojalá que algún esté de moda sea ser uno mismo, sano y feliz, sin más.
La sociedad nunca se conforma, todos quieren encajar en el estándar, ¿pero cuál estándar? Si, cada tiempo van cambiando sus expectativas y los únicos prejudicados somos nosotros mismos, debemos amarnos como somos tal y cual fuimos creados, es la manera que somos sin equivocación alguna, si no cabemos en el estándar de la sociedad, entonces creemos nuestro propio estándar.