Gustave Doré realizó dos obras semejantes, tituladas «Los Saltimbanquis«, sobre un mismo tema; en ambas se representa el mismo mundo mágico, pero al mismo tiempo de insoportable, crudo u realista dolor.
En la primera versión (1873), la mujer con una túnica azul cielo, semejante a aquella con la que suele representarse a la Virgen María, con una corona de estrellas, y cuyo porte y gracia más parecen pertenecer a otro mundo simbólico, no terrenal (se asemeja al retrato de Andrea Mantegna, por la postura de la mujer y la forma de abrazar al niño) . Y aunque su porte es de reina (parece que un halo la envuelve), su rostro está apagado, triste, sin consuelo por la tragedia que en el cuadro se representa.
El niño parece tener una lesión mortal en la cabeza, y ella lo aferra con profunda pena y desconsuelo. De igual modo, la figura masculina que se encuentra a su lado (¿el padre?) está triste, con lágrimas en los ojos, y no parece poder apartar la mirada de la mujer, pero no encuentra la manera de poder ofrecerle consuelo.
En la segunda versión de la obra (1874), Doré representa la escena junto con varios animales: un búho encadenado, en clara alusión a la sabiduría; un perro, como compañero fiel en las tragedias y las alegrías. No obstante, la mujer carece de maquillaje, a diferencia de los demás personajes del circo, lo que nos induce a pensar que no pertenece a él. Por otra parte, las cartas esparcidas por de suelo parecen tratar de presagios, quizás sobre el futuro incierto del pequeño, que se aferra a la vida después del golpe en la cabeza. Finalmente, los instrumentos de música yacen abandonados, han dejado de producir música; no es ya, tiempo de alegría.
Doré era bien conocido por sus cuadros apocalípticos de temática bíblica, por lo que esta puede ser una declaración social irónica, sobre el contraste de las imágenes reales, aquí entre gitanos. Normalmente las ejecuciones o tragedias en el arte eran protagonizadas por las élites, sin embargo, esta obra es en una suerte de «escena detrás de las escenas», donde la brutalidad de la «vida real» impacta en personajes humildes que, curiosamente, interpretan a otros de alta alcurnia.
La lectura de las cartas, el as de picas (avanzado, como la muerte que se cierne sobre el niño), el rey de espadas… Confirman una lectura trágica en la que aparecen malas noticias, la pérdida de un ser querido, o una enfermedad.
Por el contrario si nos fijamos en la apariencia de la mujer, sus zapatillas de baile parece indicar la alegría por la vida que puede llegar a sentir. Las bolas malabares pueden representar el equilibrio que es necesario tener en la vida. Los perros pueden también representar el lado animal de los humanos… Es un juego de contrastes.
Desde una perspectiva más académica, se hace referencia a este tipo de pintura en el libro «El gran desfile» de Jean Clair. En él se pone de manifiesta cómo «los pintores, escultores y fotógrafos desde el siglo XVIII hasta la actualidad han usado el circo como un trampolín para su expresión imaginativa y han previsto a la figura del payaso como una metáfora para el artista moderno».
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