Júlia Peraire, la fascinante musa de Ramón Casas

¿Qué es una musa sino alguien capaz de inspirar a un artista para que cree arte? A tenor de los más de 120 cuadros que pintó Ramón Casas (1866-1932) sobre Júlia Peraire, está claro que esta mujer fue, quizás ante todo, su musa.

De Júlia nos ha quedado su mirada descarada, en ocasiones ahogada por un velo de melancolía casi etílica, pero también vestida con la autosuficiencia propia de una mujer fatal, como si no le importase lo más mínimo la opinión de los cuatro burgueses resabidos que condenan o ensalzan a un artista. Precisamente fue esa osadía, unida a su fuerte carácter, lo que hace que, todavía hoy, se la recuerde con cierto desprecio. Desprecio, a todas luces, producido por el eco de una época en la que la moral y la hipocresía, caminaban estrechamente abrazadas.

Pertenecían a clases sociales muy diferentes. Él era un rico burgués de una familía adinerada y ella, una vendedora de lotería ambulante particularmente hermosa. Precisamente se conocieron en 1906, cuando Júlia, de tan solo 17 años, repartía suerte en las Ramblas. El pintor, 22 años mayor que ella, no pudo evitar pedirle que posara para él. Desde entonces, estrecharon un lazo que los uniría durante toda su vida. Júlia se convertiría, primero y siempre en su musa, después en su amante y por último, en su esposa. Por el camino, la acusaron de terminar con una antigua y larga relación de Ramón, lo que fue la excusa perfecta para que la familia y el círculo de amistades del pintor se opusiera a su relación.

Aún así, en 1922 terminaron casándose y se fueron a vivir con la madre y las hermanas de ella.

Ramón Casas y Carbó: La Sargantain (1907)

La Sargantain (La lagartija) se considera el mejor retrato de Julia, pero en realidad todos ellos, son una muestra magnífica de la evolución de su relación. En los primeros impera el deseo y la pasión. Conforme la pareja va madurando, Júlia parece aburguesarse, y Casas la pinta con caras pieles, exuberantes sombreros y fastuosos vestidos. Ya hacia el final, hay un retrato en el que ella ni siquiera le mira, fruto del distanciamiento progresivo de la pareja. Después de todo, los amoríos de la vida real, poco tienen en común con los de los cuentos de hadas y su relación, fue por encima de todo eso, una relación real.

Si queréis conocer más sobre la obra de este pintor catalán, recomendaros este libro con sus retratos al carbón.

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