Jean Benner: Salomé con la cabeza de Juan Bautista

La historia de Salomé y Juan Bautista

Cuentan los evangelios (Marcos 6:14-291 y Mateo 14:6-122) que Juan Bautista se ganó la animadversión del rey Herodes y su esposa Herodia al criticar duramente su matrimonio, puesto que ella era la ex-esposa de Filipo, el hermano de Herodes y la ley judía prohibía tal enlace. Así, Juan fue prendido y encarcelado, aunque Herodes, sabedor de lo mucho que amaba y respetaba el pueblo a Juan, no osaba ejecutarle. Cuenta además Mateo, que el rey disfrutaba con las charlas de Juan Bautista, razón de más para tenerlo preso y no muerto.

Sin embargo, con motivo del cumpleaños del rey, la hermosa Salomé, la hija de Herodia danzó para el monarca. Y tam embelesado y satisfecho quedó Herodes con tan voluptuoso baile que, como recompensa y bajo juramento, prometió a Salomé que le daría lo que ésta deseara. Ella, fiel a una madre loca de ira por las críticas del Bautista, pidió al rey que le entregara la cabeza de Juan en una bandeja de plata. El monarca, a su pesar, accedió.

Este episodio evangélico es un tema recurrente en la iconografía pictórica del arte cristiano (o sea, casi todo el arte occidental desde la edad media hasta el siglo XIX) y son muchísimos los artistas que lo han plasmado en excelsas obras. Después de todo, utilizando la excusa de que se trataba de un evento relatado en la biblia, podían esquivar así la censura de la Iglesia y mostrar una figura femeninas ligera de topa, así como el salvajismo de la propia decapitación. Y en mi opinión, una de las más atractivas es esta pintura de Jean Benner (1836 – 1906) fechada en el año 1899.

La obra de Jean Benner:
Salomé

La obra de Benner, quien por cierto tuvo un hermano gemelo también pintor, destaca la mirada tranquila y satisfecha de Salomé. Su expresión serena, envuelta en una atmósfera cálida y reconfortante, contrasta, no obstante, con lo dantesco de la propia escena.

La diferencia sutil de los tonos de piel de ambos personajes, resulta también digna de admiración, así como los vestidos gaseosos de Salomé que evocan en el espectador la danza irresistible que acababa de interpretar.

La suavidad de la figura de Salomé realza el erotismo morboso y fatal que corona tan lúgubre episodio.

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